Estos conceptos nos llevan a pensar en la unidad más básica, formada entre un hombre y una mujer: la pareja. Hasta que punto se ha logrado establecer una verdadera equidad dentro de las relaciones de pareja? Si observamos de manera detenida la historia de las relaciones, encontraremos que en un alto porcentaje no existe el éxito como proyecto de unión en busca de un fin común (un hogar, hijos, estabilidad emocional, planes en conjunto, etc.). En vez de esto, simplemente seguimos reciclando los modelos existentes en generaciones que nos antecedieron, como nuestros padres y nuestros abuelos, que no triunfaron dentro de su relación de pareja y degeneraban en hogares rotos; madres solteras; mujeres solas y amargadas; hombres alcohólicos; hijos traumatizados; y parejas viviendo juntas, pero durmiendo en camas separadas. En fin, una gran variedad de situaciones insanas emocionalmente.
En estas relaciones, que conocemos muy bien porque de ahí procedemos, no triunfaron como pareja, simplemente porque siguieron un modelo de género donde se manejaba un tipo de relación vertical, que generalmente iba en detrimento de la mujer y en beneficio del hombre. Producto de esto, cuatro de cada cinco parejas, terminaban en “drama”, “retórica”, “mártires” y cosas que se repetían una y otra vez. Esto desencadenó movimientos sociales en pos de que la mujer lograra una posición más justa dentro de la sociedad y de la relación de pareja.
Aunque se han alcanzado logros, seguimos viviendo la triste realidad de que muchas relaciones de pareja mueren en un intento fallido por ser la relación perfecta. Y es que los rencores y la lucha de poder, siempre terminan por tener mucho más peso en el momento de valorar de manera equitativa los logros que cada miembro de esa pareja ha alcanzado como persona dentro de la relación. Se van acumulando resentimientos, porque en su momento no hubo una comunicación efectiva que diera por terminando un conflicto situacional (infidelidad, problemas económicos, disputas por celos, manejo de los horarios, etc.), y la mejor salida que se ha aprendido para lidiar con las crisis entre dos personas vinculadas emocionalmente, es buscando objetos sustitutos (amigos, algún familiar, el trabajo, relaciones pasadas) o simplemente adoptar una posición cómoda, donde “tiramos la toalla” y no luchamos por la relación.
Lo adecuado sería, que tanto el hombre como la mujer, traten de buscar maneras sanas de comunicarse. Romper con los esquemas del pasado, de papá y mamá, es una buena opción para comenzar a renacer en nuestra propia vida con la persona que elegimos para acompañarnos en el trayecto terrenal. Esto se logra mediante una visión estructurada y creativa de cómo estoy haciendo las cosas dentro de mi relación de pareja, para que haya una dinámica positiva que nos ayude a transitar de manera más eficaz, asumiendo responsabilidad por nuestra existencia y compromiso con la existencia de la otra persona. Siempre valorar la relación y a la pareja en una dimensión justa, para que los impulsos, el desenfreno y las decisiones apresuradas, no marquen un punto negro en nuestra historia de vida, simplemente por no “intentar” ver las cosas desde otra óptica.
Hagamos ejercicios de conciencia; cambiemos el cristal por el cual hemos mirado la vida todos estos años, y sustituyámoslo por uno más transparente, claro y amistoso. Esto, de manera “mágica”, comienza a funcionar positivamente dentro de nuestro cerebro, y si le damos una continuidad sostenida, veremos los frutos a corto y a largo plazo.