Qué hacemos cuando nos falta alguien que sabemos que está, pero nunca estuvo. Es una pregunta que podría tener una respuesta no muy alentadora, porque que podemos hacer con lo etéreo, con lo no palpable, con algo que sólo ocupa un lugar en nuestra mente por el conocimiento y la conciencia de ese alguien, mas no podemos tener una vivencia real y satisfactoria, sino un signo de interrogación que nos persigue todos los días de nuestras vidas.
Algunas personas dicen que la falta de un ser significativo no les ha hecho daño, y en cierto modo puede ser cierto, dada la capacidad que tienen de caminar en la vida sin darle espacio a las cosas que no están, o de superar etapas y situaciones que pueden afectar de manera más fácil a la mayoría.
Cuando por ejemplo, sabemos que tenemos una mamá, pero nunca hemos podido estar con ella. En estos casos, uno siente como un vacío en el andar de la vida, como si algo nos faltara, pero no sabemos que, porque es tener algo que no se tiene, sabiendo que si está, pero no está. Lo que puede verse convertido en una manera de comportarnos muy particular ante las personas con las que nos relacionamos.
Por eso, cuando hay incógnitas en nuestras vidas, tenemos que preguntarnos cómo nos estamos relacionando con los demás. A quien estoy eligiendo para darle respuesta a dicha incógnita. Y esto puede vivirse de una manera positiva o de una manera negativa.
Si se vive la incógnita de una manera positiva, pues siempre estaremos concientes de lo bueno que pudo ser tener a nuestro lado a esa persona que no tenemos, y al mismo tiempo poder crear vínculos sanos con otras personas. Por el contrario, si lo vivimos de una manera negativa, siempre estaremos buscando en otras personas a la persona que nunca estuvo a nuestro lado, y sin darnos cuenta comenzar a exigir sobremanera las cosas que entendemos nos hacen falta de nuestra incógnita.
Hay algunas personas que tienen sus incógnitas por omisión y otras por supresión. En el primero de los casos, ese ser significativo nunca estuvo con nosotros, pero tenemos el anhelo de haberlo tenido. Probablemente en este caso no sea muy impactante el hecho de no tener a ese alguien. En el segundo de los casos, es un poquito más complicado, porque tuvimos una parte de nuestra vida, probablemente la niñez temprana con esta persona, pero por causas de la vida se fue de nuestro lado, y nos quedamos con ese vacío que se va trasformando en interrogante cada vez que pasa el tiempo.
No darle importancia a nuestras incógnitas nos aleja del crecimiento personal, y nos priva de alcanzar cierto grado de madurez. A veces queremos hacernos los fuertes para no enfrentar la realidad de las cosas que nos duelen, y caminamos por la vida destrozando emocionalmente a todo cuanto se nos cruza por nuestro paso, haciendo daño a otras personas emocionalmente. Rara vez nos damos cuenta de esta manera de proceder, pero un buen indicador es la observación que podamos hacer de las relaciones que tenemos y hemos tenido, para ver que dicen las personas de nosotros.
Siempre es un buen momento para resolver nuestras interrogantes de vida. Sin importar la edad que podamos tener, siempre habrá tiempo para hacer las paces con nuestra realidad, porque es única y no podemos negarla, por más esfuerzo que hagamos. Entonces, por qué cargar a cuesta incógnitas que simplemente nos dañan nuestra vida de una manera inmisericorde. Démosle respuestas, aclaremos, y vivamos en paz con nosotros mismos, sin amargarles la vida a los demás por nuestros signos de interrogación mentales.