jueves, 16 de junio de 2011

Deber, poder, querer


Estas tres palabras nos despiertan sentimientos encontrados. Son varias opciones que en algún momento nos podrían parecer iguales, pero que realmente no lo son. La confusión situacional nos pone en disyuntivas de tener que elegir entre lo que se debe, lo que se puede, o lo que se quiere hacer.

Por orden alfabético, y creo que el azar conspira, comenzaré por el deber. Este verbo es el que denota las obligaciones y reglas que nos han sido impuestas, reglas que muchas veces no tienen un origen claro, pero que se acatan sin preguntar por qué. Los debeísmos son la piedra angular sobre los cuales se ha forjado la civilización tal cual la conocemos. Han sido la manera en que nos hemos podido ajustar para poder vivir en comunión, pero no “rebulujaos”. En cierto sentido, no están del todo mal, porque delimita espacios que no son intransferibles en la condición personal de cada un@. Lo malo es cuando estos “deberes” comienzan a generar una ansiedad enfermiza en nosotros, y nos adherimos ciento por ciento a ellos, perdiéndonos en su esencia, y dejando de ser quien realmente somos.

Poder, no entendido como una condición humana, sino como lo que se tiene capacidad o permiso de hacer, es lo que en ocasiones nos confiere la libertad de realizar acciones. El poder hacer algo nos da la certeza de que lo que haremos o estamos haciendo, aunque tenga un valor ambiguo. El poder es una función ambivalente, ya que podemos hacer las cosas aunque no necesariamente sepamos que de manera impositiva no se “deban” hacer, de modo contrario, podríamos hacerlas sabiendo que están bien hechas porque son permitidas por el grupo social al que pertenecemos. Cuando sabemos que podemos hacer algo, aunque no lo hagamos, nos sentimos tranquilos porque es una decisión que está en nosotros, y eso nos da tranquilidad. La parte negativa de vivir el “yo puedo” es que nos deja en un halo de ilusiones que estarían por realizarse, pero que dependerá de cualquier circunstancia que fabriquemos en nuestra mente.

Querer nos empodera de nuestra existencia. De las tres, es la que nos brinda más libertad y aceptación de nosotros mismos. Cuando decimos “yo quiero” en vez de “yo debo” o “yo puedo”, nos motivamos de una manera diferente. El aceptar que queremos algo nos hace sinceros, poniéndonos en una posición de decisión consciente. Cuando uno quiere algo, el esfuerzo que se hace por conseguirlo es mucho mayor, es como la antesala de asumir una posición fija ante algo, y repetirlo de manera reiterada nos convence de que realmente es la opción que vamos a elegir.

Considero, que si logramos hacer equilibrio entre deber, poder, y querer, estaríamos dándonos la oportunidad de ser personas justas, que tomamos en cuenta todas las posiciones que se presentan a nuestro alrededor. Para estar en armonía, tanto con la sociedad a la que pertenecemos, como con lo que sabemos que podemos hacer, y viviendo en paz con un@ mism@ aceptando lo que sabemos que queremos ser y hacer de manera consciente.

Para seguirme en twitter: @REAlmanzar 

jueves, 9 de junio de 2011

Lucha de poder en la relación de pareja


En terapia de pareja hay variados temas que pueden ser de atención para resolver situaciones que afectan la dinámica de la relación. Hay áreas muy vitales como la comunicación, los acuerdos, manejo de conflictos, etc. que en mi experiencia son las que generalmente están generando malestar en las dos personas que conforman la relación.

Luego de hacer una exploración, básicamente los terapeutas asignamos ejercicios para enseñar a las personas a practicar ciertos aspectos que tienen que resolver. La idea es que se vayan dando cuenta de los elementos de malestar mientras están desarrollando sus asignaciones, y al mismo tiempo ir creando el hábito de trabajar para el mismo equipo.

Estas asignaciones, generalmente conocidas como “tareas terapéuticas” sirven para varias cosas. Se podría pensar que el objetivo “único” de estas tareas es que la pareja regrese donde el terapeuta con sus ejercicios listos y bien planchaditos, pero no necesariamente tiene que ser así. De hecho, hay personas que temen regresar a la sesión porque no han hecho los ejercicios.

Lo que no se entiende es que “cualquier” cosa que pase con esas asignaciones es un tema de terapia. Una de los temas que con frecuencia sale a relucir con el “no cumplimiento” de las asignaciones, es la lucha de poder en la relación, que marca las pautas de cómo la pareja realiza todo lo que es concerniente a la misma, incluyendo en este caso los ejercicios.

Cuando dos personas tienen una lucha de poder en una relación, se les hace muy difícil enfocarse en la resolución de sus conflictos. Esto sucede porque lo que tiene importancia para ellos no es su relación, sino más bien el orgullo egoísta que los motiva a no ceder asumiendo una postura humilde, para tomar conciencia de lo que hay que resolver. Increíblemente van buscando ayuda donde un/a terapeuta, pero se les complica hacerle caso a las directrices que les da la terapia para comenzar a darle un giro a su relación.

El criterio personal que prima en las personas es lo que fomenta la lucha de poder en las relaciones. Esos esquemas arraigados, que tienen tanto el hombre como la mujer, no los deja comprender que hay múltiples visiones de la misma realidad, y que hay que entender a la otra persona en su visión del contexto que está viviendo, de la misma forma que uno/a quiere que lo/a entiendan.

El pronóstico de las relaciones donde hay una lucha de poder muy marcada no es alentador. La probabilidad de que termine la relación de una manera muy negativa es amplia, tomando en cuenta que en algún momento uno de los dos, en su frustración e impotencia, podría reaccionar de manera muy impulsiva en su afán por hacer entender a la otra persona que él o ella es que tiene la razón. El daño emocional que se hacen el uno al otro, es invariablemente muy profundo, y son relaciones en las que casi siempre se vive triangulizando a terceras personas para que se conviertan en sus aliados (conformando parte de su “bando”).

Así de fuerte como es una lucha de poder en una pareja, así de fuerte tiene que ser la manera en que la terapia resuelva esa dinámica. Primero poniéndolos a “tratar” de hacer equipos; segundo, ponerlos al descubierto para que se den cuenta de que no tienen la capacidad de asumir la responsabilidad de su relación mas allá de ellos mismos; tercero, afrontándolos para que entiendan que vivir un contexto de dos bajo el criterio personal de cada una de las partes es una perdida de tiempo a largo plazo. Solo si la pareja es capaz, junto con el afrontamiento del terapeuta, de darse cuenta de su posición egoísta, asumiendo una posición conjugada y dejándose ayudar, la tendencia a la mejoría comienza a tener sus frutos.

Para seguirme en Twitter: @REAlmanzar

jueves, 2 de junio de 2011

Personas portadoras de genitales


Al parecer, para muchas personas el mundo está dividido en dos grandes equipos: las mujeres y los hombres. Lamentablemente los roles que se le han asignado a cada grupo hacen que se crea que las diferencias van mucho más allá de la fisiología femenina y masculina.

Es innegable que somos diferentes en ciertos aspectos muy básicos. Comenzando por el organismo, es obvio que no somos iguales, incluso en la manera en que nuestra biología nos hace comportarnos a cada sexo. Ahora bien, realmente la diferencia biológica debe marcar la pauta de quien es superior a quien, o de cuales derechos tiene cada grupo sexual?

En las parejas habitualmente observamos como se dividen las asignaciones que les tocan al hombre y a la mujer. Generalmente, la carga más pesada en términos económicos “se entiende” que debe recaer sobre el hombre, aunque no en todos los casos. Considero, que al mismo tiempo, esto le va dando un “derecho implícito” de atribuciones que le confiere lo que se espera de él como aporte, traducido a nivel mental, se va creando un halo de merecimiento, que muchas veces se ve reforzado por las creencias sociales.

Si analizamos este aspecto de las diferencias de manera detallada, pues estaríamos ante un tema infinito. Las diferencias no están marcadas únicamente por la biología de los sexos, sino que incluso dentro de los mismos grupos sexuales encontramos muchas más diferencias. Esto nos plantea una problemática que iría más allá del género, y estaríamos hablando entonces, no de quien es el sexo que tiene  mayores beneficios, sino de cuáles personas están por encima de otras personas.

El asunto es más simple de lo que pueda parecer, si nos vamos al plano de lo llano. Creo, que por encima del sexo, está la condición humana, que es algo totalmente incuestionable. Somos, todos, personas portadoras de genitales. Tener un sexo determinando no nos da derechos adquiridos por pertenecer a uno u otro grupo sexual. En consecuencia, estaríamos hablando de que todos tenemos los mismos derechos, las mismas obligaciones, los mismos deberes, y merecemos el mismo respeto.

Viéndolo desde este punto de vista, nuestros genitales pueden ser observados para lo que fueron creados: funciones meramente fisiológicas y de satisfacción sexual, y no como la quintaesencia que nos da un poder ilimitado. Varón o hembra da igual, simplemente somos PERSONAS, y esa es la condición en la que tenemos que enfocarnos.

Si entendemos ese concepto, en el momento de realizar acuerdos con el sexo opuesto, ambos seríamos ganadores, llevando una enorme ventaja por encima de nuestro ego sexista. Entender que somos acreedores de razones, porque nos han hecho creer que hemos sido favorecidos en ciertos aspectos por estar provistos de un pene o una vulva, es una ficción que únicamente nos hace cometer estupideces que no nos llevan a ningún tipo de evolución y madurez como seres humanos. La razón no habita ni en el glande, ni en los testículos, ni en el clítoris, ni en los ovarios, sino en nuestros cerebros y en nuestros corazones, que aunque fisiológicamente tengan diferencias marcadas, nos permiten pensar, razonar y sentir sin la necesidad de que una eyaculación, una erección o una lubricación vaginal marquen las pautas de nuestros senderos.

Para seguirme en Twitter: @REAlmanzar