miércoles, 22 de octubre de 2008

La autonomía del PENE

Parece una rutina terapéutica la retórica discursiva de los hombres que van a la consulta con una de las disfunciones sexuales más comunes: La Impotencia o Disfunción Eréctil. Obviamente, estas son nominaciones técnicas, puesto que los hombres no les gusta hablar directamente de lo que tienen, y utilizan frases bien jocosas como “estoy flojo”, “no me funciona”, “no levanta”, “toy muerto”, etc…

Hay un elemento de suma importancia en la instalación de esta disfunción en un hombre, y es el desconocimiento de la función eréctil del pene, o sea, que es lo que hace que el pene tenga una erección o se pare. Por eso, todo hombre que viene a terapia dice más o menos lo mismo, y es un esquema que va derivando, en un rol expectativo, como bien lo definen los libros especializados en esta área.

Todo comienza con un momento en el cual el pene no tuvo una erección por cualquier eventualidad del momento: cansancio, estrés, problemas económicos, preocupaciones laborales, conflictos con la pareja, etc… esto es completamente normal, pero, el hombre comienza a darle una importancia marcada, probablemente por el significado que tiene para su masculinidad el no poder tener una erección delante de una mujer. Y aquí entramos, en el tercer elemento, que no necesariamente está presente, pero muchas veces si, y es que las mujeres hacen comentarios negativos ante esta eventualidad, del tipo “ya no me quieres”, “ya no te gusto”, “tienes otra”, “mira a ver lo que tu vas a hacer”, “eto ta jodón”… y esto comienza a trabajar de manera negativa en la mentalidad del hombre.

A partir de ese momento, y en lo adelante, cada vez que el hombre intente tener una actividad sexual, irá con la expectativa de si va a tener una erección, o si le pasará lo mismo. Y es precisamente en estas circunstancias, donde se da el momento crucial para que se comience a deteriorar de manera crónica la capacidad de tener una erección adecuada que permita una penetración.

En lo adelante no habrá una erección porque ninguna de estas actividades la promueven. Y es ahí donde está lo importante del asunto, el hombre deja de hacer lo que tiene que hacer para poder tener una buena erección. Concentrarse en los estímulos placenteros de la actividad sexual, que es en definitiva lo único que pone en marcha todo el aparato encargado de que el pene se eleve por lo alto.

En tal sentido, hay que hacer referencia al título de este artículo. La erección está mediada por mecanismos del sistema nervioso que se encargan de funciones “automáticas” del ser humano, y esto implica que dichas funciones son involuntarias, o sea, no podemos controlarlas, sino que se da la respuesta cuando, en primer lugar hay estímulos que promueven la respuesta, y en segundo lugar, nos concentramos en esos estímulos.

Podemos entender entonces, que ningún hombre es capaz de controlar una erección con su pensamiento, ni concentrándose en la erección, y mucho menos preocupándose por si se le va a parar o se le va a caer. La erección es espontánea y duradera, siempre y cuando el hombre disfrute del momento placentero, o se enfoque en una fantasía erótica.

Como yo digo, el pene es un antisocial, lleva una vida autónoma, no le gusta que le presten atención, es un personaje que sabe hacer su trabajo sin que se lo ordenen. El hombre sólo tiene que hacer su trabajo, y el se encarga de hacer su parte.

La terapia sexual existe, precisamente porque muchas veces, aunque entendamos esto, se hace un poquito difícil no “darle mente” al asunto, por el significado que tiene para un hombre su erección. Por eso, siempre aliento a las parejas, que no tienen por que estar pasando trabajo con estas situaciones difíciles a través del tiempo, busque ayuda para su vida sexual, que eso nunca está de más, y le dará muchos beneficios, tanto al hombre como a la mujer.

lunes, 20 de octubre de 2008

El encuentro terapéutico

Muchas personas sienten la curiosidad por saber que es lo que se hace en un proceso terapéutico, o como la mayoría le nombra, en “La Terapia”. Entorno a esta actividad profesional existen especulaciones y falsas creencias, que se han ido convirtiendo en “verdades inciertas” sobre lo que se hace en un espacio terapéutico. Algunos de estos mitos, vienen legados por la historia de la psicología, donde la mayoría tiene el estereotipo del “Psicoanálisis”, entendiendo que se va al Psicólogo a acostarse en un diván, a hablar, mientras el analista escucha las asociaciones libres que la mente del “paciente” va llevando a su “lenguaje hablado”. Otros creen que, los terapeutas tienen la misión de dar consejos sobre lo que una persona “debe” hacer para mejorar su vida. He conocido gente que, incluso, ha fijado una cita y al momento de llegar al lugar de la sesión, simplemente se devuelven, porque lo desconocido del proceso, le crea cierto nivel de ansiedad.

El propósito de este escrito es desmitificar la famosa “terapia” y llevar al lector una idea clara y objetiva de lo que va a recibir cuando busque la asesoría de un terapeuta. Lo primero es entender, que el concepto de “terapia” surge desde el mismo momento que el ser humano se dio cuenta de que hay muchas situaciones en su vida cotidiana que se le escapan de las manos, y que difícilmente puede manejarlas por sí mismo. Se comenzaron a crear sistemas, que surgieron de diferentes visiones de pensadores en torno a la mente humana y a sus procesos. Estos sistemas, también llamados paradigmas, y mejor conocidos como “escuelas”, son corrientes de pensamientos que han aportado muchas técnicas que los terapeutas facilitan a las personas para afrontar una situación determinada.

Lo segundo es que, cuando alguien entra en sesión, se produce un “encuentro terapéutico” entre dos personas “iguales”, en el que tendrán un diálogo, donde cada uno se va a nutrir del otro. Y eso nos lleva a otro mito, el de creer que un terapeuta es omnipotente, y tiene una fórmula mágica para resolver de manera instantánea cualquier problema. Más que esto, es un guía dentro del proceso, pero el crecimiento y la superación de la situación es responsabilidad de ambos, ya que la función terapéutica es: 1. Que la persona haga conciencia de procesos y elementos de los cuales no es conciente; 2. Reflexionar sobre estos procesos y de las cosas que el paciente se va dando cuenta en cada sesión; 3. Comenzar a hacer los cambios necesarios en su contexto familiar, personal, y de pareja; 4. Supervisar cada estrategia que se acuerde en el consultorio; 5. Formular opciones de vida sana y justas para todos las personas que estén vinculadas con quien acude a la terapia, incluyéndose a sí mismo; 6. Entender que para que funcione, tiene que ser un proceso que amerita paciencia, entrega, voluntad, valor, compromiso, y lealtad hacia su propia persona; 7. Recoger los frutos de la terapia.

El terapeuta, entendido y visualizado desde una óptica humana, es alguien que tiene en sus manos los recursos y habilidades para que otra persona se de cuenta de los patrones de funcionamiento que le han sido legados, tanto por la cultura, como por su familia de origen. Que ayudará al paciente a integrar su persona en un todo, que lo hará ser más flexible y sensible hacia las situaciones humanas. De ninguna forma, somos semidioses, con respuestas prefabricadas, sino que escuchamos y valoramos el tiempo que las personas invierten en hablarnos de sus problemas, y nos identificamos con los mismos para poder entenderlos mejor.

De tal modo que, el encuentro terapéutico es una actividad, que nos ayuda, tanto a los terapeutas, como a las personas que acuden en busca de nuestros servicios, al crecimiento personal, espiritual, humano, etc. Es dar y recibir, con muchísimas técnicas que se ajustan a cada persona en particular, y que después que el paciente da ese gran primer paso de ir a la terapia, se comienza a enriquecer de un maravilloso mundo de oportunidades y conocimiento que lleva dentro de si, pero los avatares de la vida no lo dejan darse cuenta.

Introducción

El nombre de este blog se debe a un gran libro de consulta, que para mi es una de las mejores obras escritas sobre los temas de Psicología. Lealtades Invisibles, es el titulo del libro escrito por Ivan Boszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark, que me ha marcado como terapeuta y guia de muchos procesos, tanto individuales como conyugales.

Es un acto de gratitud hacia esta excelentisima obra, lo que me inspira poner el nombre a este blog. Aunque para nada pretendo que todo lo que en el se escriba, tenga que estar directamente relacionado con el título del mismo.

Para los que quieran darse un banquete de lectura, aqui les pongo la referencia exacta:

Boszormengy-Nagy, I. & Spark, G. (1994) Lealtades invisibles : Reciprocidad en terapia familiar intergeneracional. Amorrortu Editores, Buenos Aires.


Gracias anticipadas,

Ramon Emilio Almánzar