Como muchos procesos de la educación académica, en mi infancia había algo que nunca entendía. Era esta famosa “composición” que nos ponían a hacer cada vez que llegábamos de las vacaciones. Era un cuento repetido “hagan una composición de sus vacaciones”. Era como decimos “un disco rayado”. Sinceramente, y espero que ninguna de mis queridas profesoras estén leyendo esto, nunca fui sincero con esas composiciones. A parte de que lo veía estúpido, no entendía el por qué de las mismas.
En este pasado “fin de semana largo” tuve la oportunidad de irme de jueves a domingo al interior del país. Dejé la ciudad, y junto con ella mi laptop, mi correo electrónico, mi trabajo, mi facebook, mi Hi5, mi messenger, el templo llamado iglesia donde busco a Dios, mi casa de la ciudad junto con su aderezo de vecinos, mi trabajo, etc. Fue como entrar en otra dimensión que desconozco. Llegué a la conclusión de que nos hemos creado una realidad a la cual le hemos dado una importancia tan grande, que creemos que la vida es eso y nada más.
Hoy me gustaría que una de mis profesoras me pidiera escribir una composición de mi “fin de semana largo”. Escribiría lo siguiente: La pasé de maravilla, entré en una dimensión desconocida donde lo único que cuenta es lo bien que me sentí como ser humano, el reposo de mi cuerpo y de mi alma. Dejé a un lado las mortificaciones del mundo paralelo llamado Internet, y me conecté con la naturaleza. Comí mucho, dormí mucho, conversé mucho, me conecté con la realidad y me desconecté de lo ficticio. Querida profesora, que bien me sentí dejando todo a un lado por varios días. Me fui manejando desde la ciudad a la frontera, y regresé el domingo manejando desde la frontera a la ciudad, y para nada me sentí cansado. Con esto comprobé que lo que cansa es estar haciendo cosas para satisfacer expectativas sociales, pero que cuando uno satisface expectativas personales, por más ardua que sea la actividad, uno no se cansa, al contrario, eso reconforta. Hoy sé el valor de las composiciones gracias a mi desconexión por varios días. Excúseme profe, pero es que de niño, simplemente nos enseñan a hacer cosas sin sentido, somos como marionetas que nos mueven de aquí para allá y de allá para acá, sin mostrarnos el valor pleno de las cosas. Hoy la comprendo, y por eso le extiendo mis más sinceras excusas.
Viva la desconexión, viva el toque pleno de lo que realmente significa ser humano, estar en consonancia con la naturaleza, y no con lo ficticio. Ya estoy totalmente de acuerdo, que cada vez que puedo, “soltaré en banda” al facebook, al correo electrónico, al celular, etc., etc., etc., que son cosas que definitivamente disfruto, pero que al mismo tiempo nos ponen una soga que no nos deja entender que eso es simplemente una dimensión que cobra valor en si misma, y no porque realmente tenga un valor palpable. Hay que entenderlas desde un punto de vista funcional y práctico, pero jamás, jamás, darle el valor que le hemos dado como parte “vital” de nuestra existencia. Viva el olor fresco del campo sin computadoras, viva la brisa fresca de una noche de verano, viva el olor a hierba, viva el vivir por vivir, porque simplemente estamos vivos. Que viva todo lo que sea natural, gracias Dios por tus bendiciones… ojalá nos recordáramos más de ellas, en vez de vivir sumergidos y ahogados en las bendiciones creadas por los hombres.