miércoles, 9 de septiembre de 2009

Imposición Vs. Proposición


El egoísmo de la naturaleza humana nos hace visualizar las cosas desde una perspectiva muy personal. Es como si todos nosotros, en cada uno, viviera una historia personal donde el protagonista obviamente es un@. Imagínense una realidad única vivida desde la singular percepción de millones y millones de personas. En ese plano, la realidad única, se convierte en múltiples realidades, que se viven como si así fuera, siendo en esencia única como es.

Precisamente desde ese punto de vista sin conjugar que conforma nuestra personalidad, es que se comienza a formar todo un imperio mental, donde las demás personas, perceptualmente y egoístamente están por debajo de nosotros. De esta manera se va forjando un estilo de comunicación que tiene los modismos imperativos como parte de su repertorio habitual. Cuando entablamos un diálogo, sin darnos cuenta utilizamos muchísimas oraciones que denotan o connotan, cualquiera que sea el caso, la manera en que queremos imponer nuestros criterios ante los de los demás. Y, por consiguiente, entendiendo que no hablamos con marcianos, sino con personas igual que nosotros, los demás queriendo imponer sus criterios por encima de los nuestros.

Pareciera una batalla campal lo que sucede cuando hablamos con otra persona, o en un grupo de personas. Aunque no denotemos disgusto en ocasiones, pero nuestras mentes se agitan de una manera muy nublada, producto de esa pugna mental que sostenemos con los demás en una pelea de criterios encubiertos, y revancha tras revancha, siempre nos lanzamos un “buen diálogo aparente”, pero siempre es en busca de llevar la supremacía de tener la razón y ser el que más sabe de todo. Olvidando lo que dijo Einstein: “Todos somos ignorantes, lo que pasa es que no todos ignoramos las mismas cosas”.

Por otro lado, hay una versión mucho más amigable de vivir las conversaciones. Es la manera consultiva y propositiva. Cuesta mucho, porque el trasfondo del que venimos, como ya he mencionado, es muy singular y particular, muy egocentrista. Despojarnos de ese egocentrismo, es bien difícil. Pero siempre hay una salida, y es el de querer ser diferentes. Acuñar frases y diálogos propositivos dentro de nuestra comunicación nos eleva a un plano mucho más sabio, de madurez emocional. Comenzamos un transitar más comprensivo, en el cual mostramos una manera diferente de ver las cosas, conjugando los intereses de los demás con los nuestros.

Es fácil de practicar, sólo tienes que armar una conversación donde, en vez de querer llevar la delantera, simplemente toma a la otra persona en cuenta. Es probable que desde el primer o segundo intento no te salga como lo esperas, pero no te desanimes, sigue intentándolo y verás. Por ejemplo, si estás con tu pareja, y van a hacer algo de manera independiente, tienen que tomar en cuenta que cada cual tiene intereses particulares, pero que en algún momento pueden estar cruzados por una mala comunicación. Quizás, tú tienes deseo de comerte un helado, y en vez de comerte tu helado de manera personal, pues le dices a tu pareja que te lo compre (modelo impositivo), lo que puede generar una discusión, porque tu deseo no tiene nada que ver con la otra persona. Por el contrario, si simplemente haces tu comentario a la otra persona, a modo de información, y al mismo tiempo le preguntas que si le apetece algo (modo consultivo) o que te gustaría llevarle algo y si lo desea (modo propositivo), pues el diálogo se torna abierto, y tu pareja se sentirá parte importante del mismo. También hay que señalar, que sin importar la respuesta que recibamos de la otra persona, pues tenemos que sentirnos bien, porque lo que inicio el diálogo fue “el deseo de YO comerme un helado”, y me lo estoy comiendo, jajajajaa.

Pues, adelante con las consultas y las propuestas, y dejemos de creer que somos emperadores en nuestras relaciones humanas, que eso no es así.

re.almanzar@gmail.com


1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con su punto de vista Licenciado, yo le tengo una gran admiracion a usted, tanto por su manera de escribir como por su forma de ver la vida.